Imágen del catálogo de los Encuentros de Pamplona
Habría que imaginar o contemplar un día de viento racheado cómo los campos de cereales son un mar de olas amarillas que avanzaban por las llanuras o las laderas de las plantaciones. Nacho quiso trasladar aquel paisaje a la ciudad de Pamplona; nada menos que a la plaza del Castillo. Allí, su propuesta consistía en llenar todo el espacio en un mar de varas esbeltas y coloreadas que se cimbreaban al paso de la gente que iría apartándolas formando bien surcos, bien un oleaje multicolor y anárquico.
Otra "acción" imaginada, como los rastros de situaciones, consistió en dejar pintadas las sombras que los transeúntes incoscientemente arrojaban en el suelo y que cobraban pleno sentido "espacio-temporal "cuando estos se marchaban. Esta idea sería una constante en sus trabajos ya que, más adelante, profundizaría en la relación antropomórfica que establecería entre su propio cuerpo y las escavaciones en la tierra.